El jefe de la brigada especial carraspeó antes de hacer la pregunta.
– ¿A cuántas personas vio usted la noche del secuestro?- Doña Antonia suspiró largamente. Hacía unos meses había sufrido parálisis cerebral que le había paralizado la mitad del rostro, por lo que le costaba articular las palabras con fluidez. Aún así, se podía observar en la mitad del rostro que en su juventud había sido una mujer hermosa.
– A una, ya se lo dije al inspector Acosta.- La mujer miró hacía él. El inspector tomaba notas en su cuaderno azul. Levantó la cabeza e hizo un gesto de asentimiento. La mujer continúo- no sé si había más gente abajo, yo sólo vi a uno.
– Normalmente, según sus declaraciones, dejaban las luces de la entrada encendida pero la noche de autos cuando usted se asomó a la ventana del baño para ver salir el coche de su marido estaban apagadas.
– Sí, así es. Siempre estaban encendidas.
– Bien… una última pregunta, señora ¿Sabe usted qué hacía la bombona de butano en la entrada de su dormitorio?
– Pues no… normalmente están abajo en el almacén, solo se utilizan para cambiar la estufa, pero no puedo explicar qué hacía esa noche allí.
– Bueno señora, creo que eso es todo, si el inspector Acosta quiere hacerle alguna pregunta.
– Sí, perdon por la tardanza, disculpe quizá ya le han hecho esta pregunta, ¿ha recibido alguna llamada de los secuestradores?
– No- respondió la hija tajantemente- a estas alturas ya deben saber que están todos los teléfonos con servicio de escucha.
¿Había una recriminación en el tono de su voz? El inspector la miró a los ojos, pero la hija fue la primera en levantarse. Dio las gracias a todos los presentes y se disculpó. El abogado de la familia tenía que dar un comunicado a la prensa. Este se levantó y se disculpó ante los presentes. En la entrada le esperaban varios periodistas. Se ajustó las gafas y desdobló el folio. Con un temblor en la voz leyó el comunicado:
– Lo único que deseamos es pedir a los secuestradores, si nos pueden oír y enterarse de este mensaje, que permitan al secuestrado ponerse en contacto con nosotros por carta, teléfono o por medio de amistades, para que nos diga cómo está, y en definitiva, lo dejen libre. Ignoramos absolutamente quien quiere hacerle daño a él o a nosotros. Si creen que tienen alguna razón, que nos perdonen. Nosotros estamos convencidos de que no hemos hecho acto alguno para este mal. ¡Por favo! … déjenle volver a casa, donde le espera su familia.
– ¿A cuántas personas vio usted la noche del secuestro?- Doña Antonia suspiró largamente. Hacía unos meses había sufrido parálisis cerebral que le había paralizado la mitad del rostro, por lo que le costaba articular las palabras con fluidez. Aún así, se podía observar en la mitad del rostro que en su juventud había sido una mujer hermosa.
– A una, ya se lo dije al inspector Acosta.- La mujer miró hacía él. El inspector tomaba notas en su cuaderno azul. Levantó la cabeza e hizo un gesto de asentimiento. La mujer continúo- no sé si había más gente abajo, yo sólo vi a uno.
– Normalmente, según sus declaraciones, dejaban las luces de la entrada encendida pero la noche de autos cuando usted se asomó a la ventana del baño para ver salir el coche de su marido estaban apagadas.
– Sí, así es. Siempre estaban encendidas.
– Bien… una última pregunta, señora ¿Sabe usted qué hacía la bombona de butano en la entrada de su dormitorio?
– Pues no… normalmente están abajo en el almacén, solo se utilizan para cambiar la estufa, pero no puedo explicar qué hacía esa noche allí.
– Bueno señora, creo que eso es todo, si el inspector Acosta quiere hacerle alguna pregunta.
– Sí, perdon por la tardanza, disculpe quizá ya le han hecho esta pregunta, ¿ha recibido alguna llamada de los secuestradores?
– No- respondió la hija tajantemente- a estas alturas ya deben saber que están todos los teléfonos con servicio de escucha.
¿Había una recriminación en el tono de su voz? El inspector la miró a los ojos, pero la hija fue la primera en levantarse. Dio las gracias a todos los presentes y se disculpó. El abogado de la familia tenía que dar un comunicado a la prensa. Este se levantó y se disculpó ante los presentes. En la entrada le esperaban varios periodistas. Se ajustó las gafas y desdobló el folio. Con un temblor en la voz leyó el comunicado:
– Lo único que deseamos es pedir a los secuestradores, si nos pueden oír y enterarse de este mensaje, que permitan al secuestrado ponerse en contacto con nosotros por carta, teléfono o por medio de amistades, para que nos diga cómo está, y en definitiva, lo dejen libre. Ignoramos absolutamente quien quiere hacerle daño a él o a nosotros. Si creen que tienen alguna razón, que nos perdonen. Nosotros estamos convencidos de que no hemos hecho acto alguno para este mal. ¡Por favo! … déjenle volver a casa, donde le espera su familia.
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