– Está claro que la puerta estaba abierta, pues no hay señales de que estuviese forzada. -El jefe del BIC, Lorenzo Zamora, un hombre corpulento se atusó un bigote espeso y cano. En sus ojillos astutos brillo una pregunta.- ¿el dormitorio que ocupaban ese día es el dormitorio habitual?
La mujer de Eufemiano reflexionó un instante, como si dudara entre responder a esta pregunta o no. El secretario del juez levantó la cabeza esperando una respuesta.
– No, éste es provisional, el nuestro lo están pintando.
– ¿Quién tomó la decisión de mudarse a este dormitorio?- La mujer lo miró sin comprender. La hija, Teresa, iba a responder pero su madre con un gesto de mano, la retuvo.
– Don Eufemiano, por supuesto, él siempre es el que toma las decisiones.
La hija asintió complacida. Teresa Fuentes era una mujer de carácter, enérgica y orgullosa de su clase. Había sido educada en los mejores colegios de Inglaterra. Hija única, se había casado con el mejicano Carlos de la Torre, administrador y principal gestor de la empresa de su padre. De talle esbelto, había algo desconcertante en su rostro agudizado por unos ojos azules, demasiado iguales a los de su padre, que transmitían una frialdad que se atenuaba en una boca demasiado grande. No tenía la placidez ni la dulzura del rostro de su madre, pero había aprendido a sacarle el máximo rendimiento a su cara, por lo que viéndola en conjunto, resultaba una mujer de belleza resuelta. Se notaba, sin embargo que no estaba cómoda en aquella conversación. Era lógico, su vida de mujer despreocupada y rica, sus viajes al extranjero, sus reuniones de bridge con las amigas, las partidas de tenis con su entrenador personal, el prestigio y la seguridad que había sentido a lo largo de su vida por ser hija de quien era, se habían desmoronado de repente, tomando un giro inesperado. Pero nada de eso la había hundido, no era mujer de sentarse a esperar ni de lágrima fácil. Para eso ya estaba su madre. Desde el primer momento supo que debía sacar fuerzas de flaqueza y hacerse cargo de todo. Su padre lo hubiese querido así; y su madre así se lo había dicho cuando la llamó, a mitad de la noche, para que acudiera a la casa. Fue ella quien, esa misma mañana había cogido el teléfono cuando llamaron los secuestradores para comunicarle la existencia de una carta en la biblioteca. Desde entonces supo que era ella quien debía tomar las riendas de todo aquello. Por eso estaba ahora allí, acompañando a su madre en aquél enojoso asunto.
La mujer de Eufemiano reflexionó un instante, como si dudara entre responder a esta pregunta o no. El secretario del juez levantó la cabeza esperando una respuesta.
– No, éste es provisional, el nuestro lo están pintando.
– ¿Quién tomó la decisión de mudarse a este dormitorio?- La mujer lo miró sin comprender. La hija, Teresa, iba a responder pero su madre con un gesto de mano, la retuvo.
– Don Eufemiano, por supuesto, él siempre es el que toma las decisiones.
La hija asintió complacida. Teresa Fuentes era una mujer de carácter, enérgica y orgullosa de su clase. Había sido educada en los mejores colegios de Inglaterra. Hija única, se había casado con el mejicano Carlos de la Torre, administrador y principal gestor de la empresa de su padre. De talle esbelto, había algo desconcertante en su rostro agudizado por unos ojos azules, demasiado iguales a los de su padre, que transmitían una frialdad que se atenuaba en una boca demasiado grande. No tenía la placidez ni la dulzura del rostro de su madre, pero había aprendido a sacarle el máximo rendimiento a su cara, por lo que viéndola en conjunto, resultaba una mujer de belleza resuelta. Se notaba, sin embargo que no estaba cómoda en aquella conversación. Era lógico, su vida de mujer despreocupada y rica, sus viajes al extranjero, sus reuniones de bridge con las amigas, las partidas de tenis con su entrenador personal, el prestigio y la seguridad que había sentido a lo largo de su vida por ser hija de quien era, se habían desmoronado de repente, tomando un giro inesperado. Pero nada de eso la había hundido, no era mujer de sentarse a esperar ni de lágrima fácil. Para eso ya estaba su madre. Desde el primer momento supo que debía sacar fuerzas de flaqueza y hacerse cargo de todo. Su padre lo hubiese querido así; y su madre así se lo había dicho cuando la llamó, a mitad de la noche, para que acudiera a la casa. Fue ella quien, esa misma mañana había cogido el teléfono cuando llamaron los secuestradores para comunicarle la existencia de una carta en la biblioteca. Desde entonces supo que era ella quien debía tomar las riendas de todo aquello. Por eso estaba ahora allí, acompañando a su madre en aquél enojoso asunto.