– Por lo tanto… – el inspector Acosta miró a un punto fijo en la pared. Su mente cavilaba ahora por otros derroteros- qué coño nos dice todo eso…
– Bueno, todo es provisional y relativo… pero creemos que quien escribió la carta quiso expresamente cometer los errores.
– ¿Están seguros de eso?
– De lo más seguro, la finalidad no la sabemos pero si estamos seguros que quien la escribió quería ocultar su personalidad o hacerse pasar por otro.
– ¿Podría darme el informe esta tarde?
En la redacción de la Provincia el ambiente estaba en calma aquella noche. La euforia de esos días intensos después del secuestro había dejado los ánimos agotados. La mayoría del personal cubría las noticias a tiempo completo. Parte de ellos se pasaban el día en coche siguiendo los bulos que surgían sobre la posible aparición de Eufemiano, recorriendo tras una pista la geografía insular. Ya habían visto al secuestrado en distintos lugares, vivo, muerto o paseando tranquilamente por sus calles. Los dos periódicos locales se disputaban las primicias, por lo que nadie se quería perder una exclusiva. Pero habían pasado cinco días ya del secuestro y los ánimos estaban empezando a enfriarse y los cuerpos a agotarse, por lo que la redacción de la Isla, uno de los dos periódicos locales, estaba a aquellas horas de la noche bastante tranquila. Faltaban diez minutos para media noche cuando sonó el teléfono. Tomas Cancio, del turno de noche apareció en el despacho del redactor jefe con el rostro encendido.
– Preguntan por el director. Dicen que son los secuestradores.
– ¿Será otro bulo?- dijo German Peñuelas, redactor desde hacía más de diez años del periódico Isla.
-No lo parece. Le he dicho que el director no estaba.
Germán se acercó al teléfono con un gesto aprensivo e iluminado, a la vez que agitaba las manos pidiendo silencio a los compañeros.
– Queremos hablar con el director.- repitió una voz tras el hilo telefónico.
– En estos momentos no está. Yo soy el redactor jefe.