.El patio de la mansión de las Meleguinas estaba abarrotado de vehículos de familiares, y de todas las principales autoridades de la isla. Los periodistas se amontonaban en la entrada intentando conseguir alguna información de los invitados. Pero éstos salían escoltados por una pareja de la guardia civil y se introducían en el chalet sin decir palabra. A las tres y media, el delegado de la Dirección General de Seguridad en Canarias se acercó a la masa de periodistas que se encontraban allí congregados. Lo que tenía que comunicar era que no había ninguna novedad, dos días después del secuestro.
– estoy convencido- dijo en medio del calor sofocante del mediodía y rogando que por favor no lo fotografiasen a él- que D. Eufemiano no ha salido de la isla. No se descarta que sea el grupo del MPAIC pero es evidente que hasta ahora ningún grupo ha reivindicado su autoría ni siquiera con afán propagandístico, por lo que es también probable que puede haber sido algún delincuente común.
El delegado tras un breve agradecimiento a los medios por atenerse a los hechos ocurridos de manera fiel, dio por concluido la información y abandonó el recinto. En el interior le esperaban varios inspectores llegados de Madrid a los que debía explicar las medidas de seguridad llevadas a cabo hasta ahora en la isla.
El coronel jefe de la guardia civil era el encargado del rastreo por tierra. Se había comenzado por las zonas más sospechosas, es decir por la zona donde se había encontrado el cadillac, aunque quizá aquello había sido toda una maniobra de despiste por parte de los secuestradores. Desde las primeras horas del secuestro se habían colocados puestos de controles en las carreteras principales, en puertos y aeropuertos y se estaban utilizando perros adiestrados para la tarea. La policía armada estaba colaborando en la búsqueda. La marina, por su parte, estaba inspeccionando todas las playas de la isla y las aguas jurisdiccionales mediante su remolcador R.A 5 y patrulleros.
En aquellos momentos se estaban volviendo a interrogar a todos los empleados de la víctima, examinando una a una todas las declaraciones. Hasta ahora todas habían coincidido en lo mismo que dijeron el día después del secuestro. Nadie oyó nada. Sin embargo, todo hacía sospechar que quien cometió el secuestro conocía el domicilio. Esta era una de las principales razones por las que habían llevado a comisaría a Gustavo, el guardián que dormía al lado del dormitorio donde estaba el cadillac. Llevaba dos horas de interrogatorio y no había soltado nada. De todos los criados él era quien más motivos tenía. Su hermano Juan había estado trabajando para Eufemiano durante cinco años, luego lo habían llamado a realizar el servicio militar obligatorio. Al volver le pidió a don Eufemiano regresar a su trabajo anterior, pero esto lo rechazo por estar todas las plazas cubiertas. No era mucho, pero sí más de lo que tenían el día anterior.
Sin embargo, si había algo que rompía el cerebro al comisario Acosta era la bombona de gas en la entrada del dormitorio. ¿Qué papel jugaba la bombona de gas en todo aquello? ¿Por qué no amordazó a la mujer? ¿Por qué no desconectó el teléfono? ¿Por qué habían estado las luces apagadas aquella noche si siempre estaba la entrada iluminada?
Aún no había podido hablar con la dueña de la casa, seguía postrada en la cama. Se asomó a la ventana, el abogado de la familia estaba comunicando a los medios informativos que a partir de hoy cubrirían la noticia fuera de la reja. Los ruidos molestaban a la señora que estaba enferma. La queja de los periodistas fue como un rumor de olas. Cerró la persiana. Un joven inspector del cuerpo de investigación científica entró por la puerta.
– Ya tenemos algunos datos sobre la carta. Estamos realizando el informe.
– ¿ han encontrado algo?
– Sí, de entrada , que nada es lo que parece