Saltar al contenido

Capitulo 7: El Rey del Mambo



El bar Mónaco se encontraba en una calleja estrecha situada en la trasera del Puerto de Las Palmas. Por allí pasaba a menudo la clientela más variopinta de la ciudad. Por su situación geográfica los clientes habituales eran en su mayor parte marineros que llegaban de una larga travesía por altamar, estibadores y transportistas, aunque recalaba, de vez en cuando algún que otro trasnochado oficinista. El burdel del puerto desde su inicio había sido también refugio para muchas mujeres, trabajadoras temporales cuya única característica común era la de pasar una situación económica desesperada. La mayoría de ellas permanecían en él mientras duraba el bache económico, pocas permanecían mucho tiempo allí, y las que lo hacían era más de pura soledad, convirtiéndose el bar de Lola en su casa y su familia. La artífice de aquello no era otra que su dueña, Lola del Monte, quien, sabiendo lo que era pasar miserias, siempre daba trabajo a quien se lo pedía, animándolas por otro lado a salir cuanto antes de aquel ambiente tan sórdido. El comisario Acosta, había iniciado una investigación por todos los prostíbulos de la isla. A nadie se le escapaba la afición de la víctima a frecuentar estos sitios, por lo que había comenzado por visitar los situados en la parte alta de la ciudad, locales de lujos camuflados en chalet y al que acudían la burguesía de la isla. Fue en uno de éstos donde le hablaron de las continuas visitas que hacía la víctima al bar de Lola. Ese día en el bar de Lola no había mucha clientela. Dentro de la barra, una mala imitación de la proa de un barco se encontraba Lola. Al final de ésta y la izquierda de los baños había una escalera por donde se subía a los dormitorios. El bar, al que había que acceder tocando un timbre presentaba un aspecto poco iluminado. Era martes, y las nueve de la noche por lo que la clientela aún no era excesiva. En la barra dos mujeres charlaban con dos soldados de infantería visiblemente alegres. Solo una mesa estaba ocupada por dos hombres que parecían negociar con una de las mujeres. La dueña vio entrar al comisario Acosta y pensó que nada bueno traía aquello. Lo conocía de algunas ocasiones en que una discusión salida de tono había acabado en un combate de ring. Normalmente la noche acababa con uno de los borrachos en comisaría y un favor extra a alguno de los policías. Pero el comisario Acosta no era de los que se aprovechaban de su cargo para tener chicas gratis. Por eso Lola frunció el ceño desconfiada cuando el comisario le dijo de sentarse en una mesa a solas. – Bueno usted dirá comisario.- la mujer envió con la vista a una de las mujeres a la barra. Algunas de las chicas miraron al comisario extrañadas. Lola nunca se sentaba con los clientes. – Ya sabes lo que ha pasado, toda la fuerza policial está centrada en el secuestro de Eufemiano Fuentes. – Menos mal padrito – suspiro aliviada – pensé que venías a cerrarme el negocio. -No- el comisario miró el escote que se abría ante él.- no si colaboras con nosotros, ¿conocías a Don Eufemiano? – y quien no mi amor. El comisario miró a la mujer, debajo de todo aquel maquillaje se escondía una mujer hermosa, pensó en un instante que los ojos tan negros y las facciones tan duras y morenas, le recordaban a una pantera. – ¿Solía venir por aquí? – Claro, mi amor, como todos. -Yo no- dijo el comandante como un resorte – ¿por qué había reaccionado así? – Es verdad, usted es de los honrados- la mujer lo miró con ojos risueños- si venía mucho por aquí últimamente. Se encoñó con Marita- la mujer aspiró una bocanada de humo que contuvo en su boca y que fue a dar en el rostro del policía, mientras decía – Las chicas le llamaban el rey del Mambo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *