El comisario Acosta recorre por enésima vez el camino desde los jardines de la piscina hasta el lugar donde ocurrió todo. Asciende contando los pasos desde el vestíbulo por una escalera,que finaliza en un corredor donde una puerta de cristal da paso a un lujoso salón. Atravesando el salón, y pasando por otra puerta de cristal hay otro corredor más que va a dar al dormitorio y a los servicios. Pero no llega hasta allí porque un objeto extraño lo detiene una y otra vez. No se explicaba qué significado tiene aquella bombona de butano.
Nadie del personal de servicio ha podido explicar cómo había podido llegar hasta allí. Hay demasiados cabos sueltos en todo aquello. En el dormitorio enciende un cigarrillo de marca Kruger. Ahora mira cada vez más la portada del paquete. ¿Por qué le pondría nadie su retrato a un paquete de cigarrillo? No le gustaba aquél hombre. Lo había tenido que tratar en algunas ocasiones y le había parecido una persona arrogante y fría. Y luego, su manera de mirar a su esposa, de esa manera, como si la poseyese. Tiró el cigarrillo a medio consumir a través de la ventana del baño. Aún así, fuera el mal bicho que fuera, no se merecía aquello. Piensa en todo aquel lujo que tiene delante mientras se desabrocha el cinturón y se sienta en el water. Vuelve a revisar de nuevo el cuaderno de notas. Al final del cuaderno tres preguntas claves:
¿Quien? ¿Cómo? ¿Por qué? Sabía que si respondía a las primeras la tercera se respondería por sí misma. No era muy meticuloso, pero los años de profesión habían despertado en él cierto instinto de sabueso viejo. Algo no cuadraba. Al final de cada página, en una letra pequeña y puntiaguda había una interrogante. Leyó de nuevo la declaración de la mujer. Sin lugar a dudas, era bastante confusa pero, en algunos puntos, no dudaba lo más mínimo. Se lo preguntó una vez más al día siguiente y ella volvió repetir lo mismo: había oído al secuestrador decirle a su marido que pusiera el motor en marcha. Sin embargo, los empleados de la limpieza vieron la noche del secuestro como salía Eufemiano Fuentes y como ocupaba el lado derecho del vehículo, es decir, al lado derecho del conductor. Se frotó la frente con la palma abierta y se encendió otro cigarillo. Además de eso, los investigadores ya habían confirmado que sólo se habían ocupado los dos asientos delanteros del cadillac. Esto le llevaba a una suposición clara, sólo hubo una persona que participó en el secuestro, al menos, en la primera fase. Aquello no era lógico, que un solo hombre haya hecho todo eso solo, o era un loco o un arriesgado. Volvió a mirar de nuevo las declaraciones de la mujer, ni siquiera podía asegurar que el secuestrador llevara un arma, estaba todo muy oscuro. Tan oscuro como aquel secuestro.
Otra interrogación rodeaba una sola palabra. Puerta. En la primera inspección ocular los empleados habían advertido que la puerta del lado de la terraza había quedado abierta, hecho que, según los empleados era muy raro, siempre la cerraban antes de irse a dormir ¿Descuido? ¿La dejaron abierta desde dentro? Esta era una primera opción, no obstante, para llegar hasta allí debían atravesar un muro de considerables proporciones. Bien pensado, no era imposible para un hombre joven y deportivo. Solo una salvedad. No había una sola huella. Entonces ¿Por dónde entraron los secuestradores? ¿O es que ya estaban dentro? ¿Uno o varios? En otra hoja una gran interrogante sobre perros. Perros que no ladraron o que nadie oyó. Y de nuevo de vuelta a la primera y gran interrogante. Bombona de gas ¿Qué hacían en aquel corredor delante del dormitorio? ¿Por qué la habían subido hasta allí? ¿Con qué intención? Antes de encender un nuevo cigarro, apunto en su agenda: volver a investigar a cada uno de los empleados.
Nadie del personal de servicio ha podido explicar cómo había podido llegar hasta allí. Hay demasiados cabos sueltos en todo aquello. En el dormitorio enciende un cigarrillo de marca Kruger. Ahora mira cada vez más la portada del paquete. ¿Por qué le pondría nadie su retrato a un paquete de cigarrillo? No le gustaba aquél hombre. Lo había tenido que tratar en algunas ocasiones y le había parecido una persona arrogante y fría. Y luego, su manera de mirar a su esposa, de esa manera, como si la poseyese. Tiró el cigarrillo a medio consumir a través de la ventana del baño. Aún así, fuera el mal bicho que fuera, no se merecía aquello. Piensa en todo aquel lujo que tiene delante mientras se desabrocha el cinturón y se sienta en el water. Vuelve a revisar de nuevo el cuaderno de notas. Al final del cuaderno tres preguntas claves:
¿Quien? ¿Cómo? ¿Por qué? Sabía que si respondía a las primeras la tercera se respondería por sí misma. No era muy meticuloso, pero los años de profesión habían despertado en él cierto instinto de sabueso viejo. Algo no cuadraba. Al final de cada página, en una letra pequeña y puntiaguda había una interrogante. Leyó de nuevo la declaración de la mujer. Sin lugar a dudas, era bastante confusa pero, en algunos puntos, no dudaba lo más mínimo. Se lo preguntó una vez más al día siguiente y ella volvió repetir lo mismo: había oído al secuestrador decirle a su marido que pusiera el motor en marcha. Sin embargo, los empleados de la limpieza vieron la noche del secuestro como salía Eufemiano Fuentes y como ocupaba el lado derecho del vehículo, es decir, al lado derecho del conductor. Se frotó la frente con la palma abierta y se encendió otro cigarillo. Además de eso, los investigadores ya habían confirmado que sólo se habían ocupado los dos asientos delanteros del cadillac. Esto le llevaba a una suposición clara, sólo hubo una persona que participó en el secuestro, al menos, en la primera fase. Aquello no era lógico, que un solo hombre haya hecho todo eso solo, o era un loco o un arriesgado. Volvió a mirar de nuevo las declaraciones de la mujer, ni siquiera podía asegurar que el secuestrador llevara un arma, estaba todo muy oscuro. Tan oscuro como aquel secuestro.
Otra interrogación rodeaba una sola palabra. Puerta. En la primera inspección ocular los empleados habían advertido que la puerta del lado de la terraza había quedado abierta, hecho que, según los empleados era muy raro, siempre la cerraban antes de irse a dormir ¿Descuido? ¿La dejaron abierta desde dentro? Esta era una primera opción, no obstante, para llegar hasta allí debían atravesar un muro de considerables proporciones. Bien pensado, no era imposible para un hombre joven y deportivo. Solo una salvedad. No había una sola huella. Entonces ¿Por dónde entraron los secuestradores? ¿O es que ya estaban dentro? ¿Uno o varios? En otra hoja una gran interrogante sobre perros. Perros que no ladraron o que nadie oyó. Y de nuevo de vuelta a la primera y gran interrogante. Bombona de gas ¿Qué hacían en aquel corredor delante del dormitorio? ¿Por qué la habían subido hasta allí? ¿Con qué intención? Antes de encender un nuevo cigarro, apunto en su agenda: volver a investigar a cada uno de los empleados.