– El chico nos salió listo… nadie se había dado cuenta del detalle – dijo un compañero de la Provincia por lo bajo.- ¿Quién coño es?
Martin, que así era como se llamaba el muchacho, hacía sólo unos meses que había entrado a trabajar, por recomendación del Marcial Morera, el fotógrafo del Diario, buen amigo de su padre y diestro jugador de dominó. El chico, había comenzado como aprendiz y recadero para todo, y en alguna ocasión, cuando faltaba alguno de los reporteros del Diario, salía en su lugar, siempre acompañado para cubrir alguna noticia sin importancia. Ese día estaba de suerte, uno de los compañeros había tenido que salir de urgencias al hospital porque su mujer se había puesto de parto. Había llegado con los demás a primera hora de la mañana y había ido dos veces al pueblo a buscar café y tabaco para los compañeros. Fue en el bar-restaurante donde había oído que en la mansión de Eufemiano siempre habían existido perros.
La sala segunda de interrogatorios de la Comisaría de las Palmas era un semisótano mal iluminado y peor ventilado. Las paredes de un color gris sucio le daban un aspecto claustrofóbico e insano. Al joven le recordó el calabozo de la comandancia de marina donde estuvo detenido una noche al comienzo del servicio militar por haberse quedado dormido durante la guardia, después de una noche de fiesta. La única diferencia era que en aquella había un camastro y en ésta una mesa con dos sillas. El inspector había escogido aquel cuarto y no el de uso común, la sala primera, afín de quebrantar el ánimo del entrevistado. El muchacho esperó unos minutos antes de que apareciera el inspector y depositara el maletín sobre la mesa. De su interior apareció un magnetófono Sanyo modelo M1104 X que depósito con cuidado en la mesa y al que aplico en el lateral izquierdo un micrófono. El joven con el uniforme de marino hacía girar la gorra entre las manos.
– Bien – dijo el inspector- ya sabes para lo que estas aquí. -El joven no estaba seguro de lo que responder, sin embargo, asintió.
– Responde con una afirmación, vamos a grabar esta conversación. – El inspector apretó el botón de play y preguntó su nombre, dirección y su graduación.
– Bien, ahora quiero, antes de responder, que tengas una cosa muy clara – el muchacho cree que el policía le apunta con el dedo como si fuera un arma. Imagina a cuantos habrá matado y aprieta la gorra con más fuerza. – Quiero que pienses en todo lo que vas a responder con mucho cuidado.
– Sí, señor.
– Bien, entonces puedes empezar.
– Bueno yo sólo ví lo que ya conté, iba a encontrarme con mis compañeros para bajar en el coche a las Palmas, y me metí por el camino de las plataneras que es más corto, y allí ví a un hombre saltar la tapia, pero no me fijé mucho, la verdad, luego oí voces de gente hablando dentro del solar.
– ¿Podrías describir la cara del hombre que saltó la tapia?
– No, señor, a aquellas horas estaba muy oscuro, solo ví que estaba bien vestido.
– ¿Por qué crees que estaba bien vestido?
El joven soldado no entendió la pregunta, quiso responderle que porque sí, porque llevaba ropa de domingo, no de diario.
– Porque llevaba corbata, señor.
– Porque llevaba corbata – el inspector repite las palabras como si las pensase – y luego, según tú, el hombre bien vestido salió corriendo.
– Sí, señor. – El inspector se acercó al muchacho tan lívido como su uniforme.
– ¿Sabes lo que es el MPAIC?